27 ago 2013

Vacaciones en el infierno: ¿por qué nos gusta visitar Auschwitz o Hiroshima?

El campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. (Corbis)
Irse de vacaciones es un poco como ir al cine. Uno sabe que durante el tiempo que se expande ante sí sólo tendrá que sentarse y relajarse, pero ante nosotros puede aparecer una comedia romántica, un drama independiente o una peli de terror. No todas las vacaciones son siempre apacibles, ni todo el mundo busca tirarse en una hamaca bajo un cocotero con un mojito y unas gafas de sol, de modo que los lugares establecidos como centros turísticos son cada vez más variados.
Entre ellos destacan los numerosos monumentos, escenarios o restos de lo que en su día fue una tragedia humana. Estos lugares horribles se están convirtiendo en un objetivo turístico más, como la Torre Eiffel, el Big Ben o la Fontana di Trevi. Además, no es que los emplazamientos se hayan adecuado para que los interesados vayan a informarse o conocer la tragedia allí sucedida –que también–, sino que realmente estos lugares se han convertido en un punto de visita obligatorio más, donde debe uno hacerse la foto de rigor. ¿De dónde viene esa atracción extraña a estos lugares terribles?
Negocio: la negación del ocio
Es evidente que las empresas y los gobiernos se aprovechan de estas tragedias para obtener beneficios económicos, llegando a poner en algunos de estos lugares (como se planea para Fukushima) tiendas de souvenirs o restaurantes. Es verdad que no deja de ser algo que forma parte de la historia y la cultura de los países, pero la diferencia es que las catástrofes de Auschwitz o de la Zona Cero pertenecen a la historia contemporánea.
El psicólogo clínico y consultor Juan Cruz ve una cierta relación entre este tipo de manipulación empresarial y la que ocurre, por ejemplo, en los programas del corazón. Pasamos de lo rosa a lo negro para alimentar un morbo extraño, y los organizadores de este circo de los horrores manipulan a su antojo emociones que, según Cruz, no son malas de por sí. La curiosidad, el interés e incluso las ganas de empatizar, de saber y conocer lo que les ha ocurrido a los otros son muy humanas. Hacer de ellas un negocio, no obstante, debe hacernos pensar en el coste ético que tienen muchas de las políticas económicas actuales.

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